Terra Incognita

Una blog de creación literaria, sesgada hacia la Fantasía © Ignacio Egea Rodríguez 2.004


La simetría de los copos de nieve


Inmaculada Martínez Gutiérrez
Este relato fue el ganador del II Concurso de cuentos de Navidad convocado por el Diario Ideal en 2.004

Largos viajes en tren. Rememorados desde la edad madura, sus primeros recuerdos se confundían con recuerdos más recientes; con los sueños, con las fantasías que todos aventuramos para llenar los huecos de nuestra memoria. Con las historias que le contaron sus padres, que eran los recuerdos, o las fantasías de otros. Pero el tren siempre estaba allí, casi siempre en invierno, el olor a cerrado y a madera vieja barnizada mil veces, el constante traqueteo de aquellas vías de otros siglos, la vibración, el fuerte chorro acre de la calefacción, y su calor levemente fétido. Por contraste, el chorro de aire limpio, pero helador, que entraba por las puertas en aquellas estaciones rurales vacias perdidas en una llanura interminable salpicada de escarcha; el tacto resbaladizo y frio del vidrio de la ventanilla, el vaho que velaba el paisaje, y al despejarlo con la torpe manecita de niño, un borrón oval de transparencia que dejó una vez ver los miles de diminuots copos de nieve llevados por el viento, estrellitas viajeras que morían adheridas a la ventanilla, dejando un suave hilo de rocío. -"¿Los ves, Güito? Son como estrellitas, pequeñas estrellitas blancas. ¿Ves que tienen como brazos? Hay tantas, tan parecidas. Pero nunca verás dos iguales"
Una ciudad sin rocío. Los copos de nieve habían muerto en grandes fosas comunes de helada grisácea que se amontonaban junto a las aceras; entre los baches y los socavones de las obras el hielo se fundía en un barro duro y gris con polvo de cemento. Por entre las vigas de acero de los edificios en construcción sobresalían de la neblina las altas torres de ladrillo. Sus bocas exhalaban humo negro y brillante al mismo tiempo, veteado de chispas cobrizas que salpicaban el cielo y las negras y angulosas osamentas de aquel bosque de vigas entrelazadas.-“Mira, Güito. Allí está tu padre. La fábrica grande de ladrillo rojo. Ahora te enseñaré donde vamos a vivir. Cuidado con tus cosas. No las pierdas. Ven, ven, no te pares“. Un ladrón. Cómo le sorprendió el nombre de aquel pequeño aparato. Del oscuro cable en el centro del techo donde antes estaba solitario el casquillo de la bombilla brotaba ahora un coro de hilos divergentes: una radio con una adusta rejilla de baquelita, como una jaulita para gorriones invisibles. El trino de aquellos gorriones eléctricos eran suaves melodías que decían cosas que no entendía. De otros hilos colgaban luces de colores a lo largo del techo y las paredes, hasta un árbol rematado en una estrella brillante, que se encendía y se apagaba. -“¿Es una estrella del cielo o es de nieve?“ -“Da igual, Güito, lo que tú quieras. Es una estrella de Navidad“ -“El abuelo dice que las estrellas de la nieve no son nunca iguales. Nunca, nunca. ¿Él me dirá de qué es esta estrella?“ Sólo le contestaron los gorriones de Telefunken. Con los días se iba habituando a aquellas palabras, le pareció captar algunas. „ Du grünst nicht nur zur Sommerzeit, nein, auch im Winter, wenn es schneit“. Algunas cosas no se les cuentan a los niños en Navidad. Y la estrella eléctrica siguió con su apagar y encender mecánico, y duró muchas navidades, hasta que tras uno de los muchos regresos apareció quebrada en el fondo de una caja. Creyó que no le gustaba, y lo sintió como otra de tantas pérdidas, otra esquirla desgajada de sus recuerdos. Preguntó en muchos sitios, en muchas tiendas, andando y en autobús, pero no encontró ninguna igual a aquella estrella, fabricada tan lejos, y hacía tanto. Largas ausencias, largos viajes. Y reencuentros. Algunas cosas se procuraban hacer lo más parecidas posible de un año a otro; eso cimenta los recuerdos. Las paredes de la casa atrapaban el calor, y daban eco a las canciones, y parecía que hacían lo mismo con el tiempo, al menos aquellas noches donde todo se movía y al mismo tiempo todo estaba en paz y perduraba. Pero un hilillo de vida imperceptible se iba por las rendijas de los postigos. Una bombilla intermitente que dura sin cambios, no se extingue poco a poco. Aparece rota. Una situación que permanece igual largo tiempo, y todo cambia tan bruscamente. El regreso anual, y los que le esperaban en la estación, como cada año. Y no son todos los de cada año. „Para qué decírtelo, tú tan lejos, que podías tú hacer. Yo, ya ves, me apaño, no te preocupes“. Algunas cosas no se cuentan a los niños enseguida.
Nunca se sabe cuándo es la última vez. A veces se sabe cuándo es la primera. La primera vez que bajó del tren y no quedaba nadie. Y poco después, sólo estaba ella, con la que nunca había pasado una Navidad. Los paseos en moto junto al río, los baños, los besos, eran ahora un recuerdo de la canícula, un escalofrío levemente risueño. „¿Las hojas brillan verdes no sólo en el calor del verano, sino también en el invierno, cuando nieva?“ Una tímida duda de que aquellas risas de poco antes les sustentaran para aquellas fiestas. Y todas las que podían esperarles, allá, en los siguientes trenes, parecían un peso, un destino temido, al mismo tiempo que una promesa. Un premio de lote navideño, un espumoso barato y picante, y fruta en almíbar, y migas de mazapán que la risa desperdigaba sobre el suelo de la casa sin muebles, más allá del mantel que alojaba las velitas y las servilletas de papel. Ya llegarán los muebles, los cubiertos, un Belén, también un árbol. Pero la primera es ésta. Fue una primera sin nieve. En el vaho de las ventanas dibujaron monigotes, mientras cantaban: en el vidrio hubo rayas efímeras casi infantiles queriendo decir „camello“, „rey“, „pastor“,“niño“. En el primer silencio fueron a la ventana más grande y fría de la cocina, y en su perfecta pátina de condensación él guió el índice de ella para dibujar una pequeña estrella de seis puntas, y le contó el secreto de los copos de nieve, que un simple hecho que todo el mundo sabe y puede ver, si se cuenta en la penumbra fría de una Nochebuena contiene el Misterio que sólo una vez se entiende en su plenitud. Aquella estrella fue el único dibujo que se hizo en aquella ventana, y pudo verse todo un invierno. Pasaron unos años antes de que los copos se asomaran a aquella ventana de la cocina. Ya no parecen tan frios los inviernos, y los trenes y regresos sólo son por gusto: el gusto está siempre en regresar. Aquella mañana de Diciembre soplaba una brisa muy suave que no lograba arrancar ningún ruido y apenas bastaba para arremolinar los copos en una dulce y juguetona aglomeración en las esquinas del cristal . Cuando vio aquello dejó el tazón de café que perdía calor en aparatosas volutas de humo, y subió por una manta. Poco después de los entresijos de aquella manta surgía una manita tibia que él estrechaba para mantenerla abrigada. Y para guiarla. Para entre los dos desdibujar el vaho de la ventana, y echar una mirada por primera vez a los cándidos cristalitos hexagonales.-“Mira, Güito, hay tantas, tan parecidas. Y nunca verás dos iguales. Éstas se fundirán, y vendrán otras. Millones de ellas, hasta el fin del tiempo. Pero esta de ahí no la volverás a ver más. Ni ésa. Ni ésa. Pero son tan parecidas, todas dibujadas con los mismos trazos“

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