Terra Incognita

Una blog de creación literaria, sesgada hacia la Fantasía © Ignacio Egea Rodríguez 2.004


Anestesia.


La voz de la doctora era tensa, amarga. El hombre de negro que la acompañaba apenas se dignó mirar al paciente, enfrascado en la lectura de su portátil.

-Señor Rodríguez, ya tenemos los resultados de sus pruebas.

-Por la cara que trae, me temo que no son buenas noticias.

-No son muy buenas. Es una forma glandular de anhedonia. No es un problema psicológico, sino físico.

-He entendido lo de glandular, pero el resto...

-La anhedonia es la incapacidad para sentir placer con experiencias normalmente placenteras, como comer, relaciones sociales, sexuales. Generalmente es un síntoma de un trastorno del estado de ánimo, de la depresión, por ejemplo, aunque puede darse en otras enfermedades. Pero en su caso no es un síntoma, sino un síndrome de orden hormonal recientemente descrito.

-¿Entonces no estoy deprimido? Hubiera creído que sí.

-Es posible que pueda usted experimentar depresión debido a su enfermedad, como puede deprimirse alguien que pierda la vista o el uso de las piernas. Pero ni la ceguera, ni la hemiplejia, ni, en su caso, la anhedonia, son síntomas de depresión.

-¿Y qué tratamiento puede darse?

-Es una enfermedad reciente. Se ha estado experimentando con cócteles de hormonas y estimulantes, sin resultados concluyentes. Pero hay otro problema, una extensión de sus síntomas, que tiene consecuencias de orden administrativo. ¿le preocupa lo que le estoy diciendo?

-Sé que debería, pero... no.

-Exacto. No sólo no siente usted placer, sino tampoco dolor, ni miedo, incertidumbre, tristeza, ira o amor, salvo como abstracciones. No es la anhedonia psicológica. Es la completa desconexión entre su cerebro y los mecanismos somáticos que desencadenan esos estados de ánimo. Y esto tiene consecuencias graves. Se lo explicaré...

El hombre de negro, que apenas había prestado atención a aquel diálogo, la interrumpió de pronto.

-Doctora: está malgastando tiempo y disposición económica de la comunidad en explicar una situación a una entidad que no tiene derechos de paciente. Actuemos ya.

-¡Aún no he firmado el certificado médico, magistrado, así que actuaré de acuerdo con mis propios protocolos, y no tiene usted competencias para evaluar mi actuación! Señor Rodríguez: el nuevo Estatuto de la Persona Humana, aprobado recientemente, establece en su preámbulo que el Ser Humano se articula en sociedades organizadas llevado del amor, y que tanto la legitimidad de esas organizaciones para establecer normas como los derechos de cualquier persona humana dentro de esa sociedad se originan en la capacidad de sentir amor por los semejantes, y tienen como único objetivo permitir un mejor ejercicio de ese amor universal. Por la presente determino que el paciente con número de historial CBR-25000125-NMD no tiene la
capacidad de sentir ni ejercitar el amor que le determinarían como persona, lo certifico como cuerpo orgánico con funciones racionales que ha perdido la condición emocional de persona debido a una enfermedad y firmo oralmente el presente certificado de deffunción.¡Ya!

-Y yo, el magistrado de turno 34-567, tomo nota oficial de la defunción y de la existencia de un ser racional sin condición de persona, y en aplicación del Acta de Regulación de Robots Abandonados y Otros Seres Racionales No Personales, que establece que cualquier racional impersonal sin propietario definido pertenece a la Comunidad de Bienes, y ésta ha de establecer su reparación y/o reprogramación a fines útiles a la sociedad o su destrucción y reciclaje si su grado de deterioro impide su adaptación a un uso útil, dispongo que el pensante originado como consecuencia de la defunción de la persona con historial de paciente CBR-25000125-NMD no puede, de acuerdo con los informes preceptivos, ser reparado o reprogramado por medio del actual estado de las técnicas de robótica para que ejerza una función útil a la sociedad, por lo que dispongo su desactivación por medios análogos al sacrificio veterinario y el reciclaje de sus componentes orgánicos con vistas a una alimentación animal sana y equilibrada de acuerdo con la Ley de Derechos de los Animales y Plantas.

-Es curioso, yo era veterinario- dijo el robot orgánico inútil, sin variar el tono de su voz inexpresiva, mientras veía entrar al veterinario que iba a proceder a la inyección letal- y de acuerdo con la Ley, si yo no fuera inteligente, si en vez de robot, me hubieran considerado un animal, me hubieran permitido vivir en una Reserva Natural, adecuadamente alimentado, cuidado y estimulado cognitivamente, sin sufrir ningún tipo de daño, por el resto de mi vida natural.

-Sí, es curioso -dijo el magistrado en tono ocioso, más relajado al ver que las drogas mortíferas ya se habían inyectado en el objeto orgánico, y que éste no había ofrecido resistencia- La inteligencia es la peor maldición que se puede sufrir si uno no pertenece a ningún grupo. Me viene a la memoria una frase clásica, no recuerdo de quién, era algo así como: "Aunque hable las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo amor, no soy más que una campana que resuena" En fin, el resto del proceso no requiere nuestra presencia aquí. Adiós.

Las tres personas que había allí abandonaron la sala. El ser orgánico pensante se quedó solo, tumbado en la camilla. Se preguntó a qué animal irían destinados sus restos. Había ahora una interesante iniciativa de recuperación del buitre leonado, aunque también estaban casi extintos los tiburones. Empezó desapasionadamente a tomar nota de las sensaciones que le iban abordando a medida que las drogas iban paralizando su sistema cardiorespiratorio. Había perdido el control de sus extremidades. Pequeñas manchas brillantes como luciérnagas imaginarias iban enturbiando su visión. Tal vez fuera una ilusión suya, pero le pareció notar una leve recuperación de sus emociones justo en el momento en el que el pentotal sódico paralizó definitivamente su diafragma. Ya no podía mover la cabeza, pero por el rabillo del ojo podía ver las amplias cristaleras que daban al amplio jardín que rodeaba al Centro Médico. Por allí vio pasar al grupo de tres, con el magistrado sonriendo, tal vez contando chistes, haciendo grandes aspavientos de cordialidad, puede que para borrar la tensa impresión que en la doctora había causado su severidad anterior. Y en ese momento, y ése fue su último proceso consciente, sintió una punzada de envidia por aquellos seres, que eran capaces de organizar su existencia en torno a bellas palabras, que eran capaces de conflicto y reconciliación, de lucha y colaboración, porque eran seres humanos, porque estaban vivos, porque amaban.

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