Hubo una vez un reino muy lejano, situado en el centro de todas las tierras. Un emperador tenía por su más preciado tesoro a un pájaro sabio, que se dice que sabía hablar y le aconsejaba en todos los asuntos con suma sabiduría.
Los escépticos decían que, ciertamente, el pájaro sabía hablar, pero que no era sabio, y que si el emperador lo tenía en tan alta estima era porque volaba a escondidas por los jardines de palacio y le repetía todo lo que hablaban los sirvientes.
El pájaro, inmortal o muy longevo, fue transmitido de un gobernante a otro junto con la corona, hasta que un aciago día, no se sabe por qué motivo, un sucesor inexperto dejó que se escapara.
En vano lo persiguieron los sirvientes por los jardines, y luego por toda la capital. El pájaro voló lejos, aunque la gente decía ver sus reflejos amarillos de vez en cuando, en las cornisas, los campos o los bosques.
Un edicto imperial ofrecía las más altas recompensas, buenos cargos y grandes riquezas a quien lo capturara indemne y a palacio lo devolviera, y ocasionalmente algún pueblo de humildes campesinos se levantaba con el rumor de que el pájaro había sido visto, y mujeres y hombres, jóvenes y viejos, salían en desbandada con redes y jaulas, a los bosques y las montañas, con la esperanza de encontrar el pájaro que reportara su fortuna.
Estos hechos acaecieron de vez en cuando por todo el reino a lo largo de generaciones. A esta desbandada del populacho, a su peregrinación irreflexiva en pos de la riqueza, se la conoció más tarde como "la fiebre del loro".
Los escépticos decían que, ciertamente, el pájaro sabía hablar, pero que no era sabio, y que si el emperador lo tenía en tan alta estima era porque volaba a escondidas por los jardines de palacio y le repetía todo lo que hablaban los sirvientes.
El pájaro, inmortal o muy longevo, fue transmitido de un gobernante a otro junto con la corona, hasta que un aciago día, no se sabe por qué motivo, un sucesor inexperto dejó que se escapara.
En vano lo persiguieron los sirvientes por los jardines, y luego por toda la capital. El pájaro voló lejos, aunque la gente decía ver sus reflejos amarillos de vez en cuando, en las cornisas, los campos o los bosques.
Un edicto imperial ofrecía las más altas recompensas, buenos cargos y grandes riquezas a quien lo capturara indemne y a palacio lo devolviera, y ocasionalmente algún pueblo de humildes campesinos se levantaba con el rumor de que el pájaro había sido visto, y mujeres y hombres, jóvenes y viejos, salían en desbandada con redes y jaulas, a los bosques y las montañas, con la esperanza de encontrar el pájaro que reportara su fortuna.
Estos hechos acaecieron de vez en cuando por todo el reino a lo largo de generaciones. A esta desbandada del populacho, a su peregrinación irreflexiva en pos de la riqueza, se la conoció más tarde como "la fiebre del loro".
Etiquetas: Collejas
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