Terra Incognita

Una blog de creación literaria, sesgada hacia la Fantasía © Ignacio Egea Rodríguez 2.004


Cydonia.


-Nunca he entendido por qué llaman a esto “la Cara de Marte”.- Nerea se aburría, y estaba disgustada. Podía notarlo desde lejos por su forma de echarse el jersey por los hombros y sentarse desdeñosamente sobre el capó del rover. No hacia tanto frío en esta nueva atmósfera recién fabricada.


-Fue por una foto que se tomó desde un satélite antiguo. Un juego de luces y sombras, y un poco de gestalt.- Le respondí por el walkie.- Y luego, histeria, intereses creados, superstición. Lo de siempre.-


El walkie chiporroteó por la estática. En Marte no hay todavía una Teranet global de microondas, otro signo más de atraso que a Nerea le sacaba de quicio. Al principio había accedido a acompañarme allí todo el bienio sabático por un snob y atávico sentido de la aventura: en tres meses de viaje y ocho de trabajo de campo había acabado harta de todo eso. La semana siguiente llegaba el Exprés al ecuador. Era temporada baja, y de todas formas, Marte había sido el fracaso turístico del siglo. Seguramente habría plazas libres. En ese momento tuve la certeza de que iba a abandonarme.


-Pues vaya mierda de montón de rocas amorfo. Teo, se está haciendo de noche. ¿Vas a seguir mucho tiempo ahí arriba?


-Llevó el visor nocturno, y esta noche salen las dos lunillas. Una hora más ¿vale?


-No puedo esperarte, Teo. Tengo frío, casi no llevo nada puesto. Y tengo que recoger unas cosas que encargué en Ray's- mintió, con cada vez menos convicción.


Primero su desliz con aquel tipo del que se disculpó a duras penas. Y ahora, el ir y venir a aquel centro turístico semi abandonado. Aquel centro hortera decorado a la entrada con una enorme cara de marciano con aspecto de faraón. Con cómodas habitaciones. Con un monitor de rappel microtatuado. Ésa era para ella la Cara de Marte: la de un chico sofisticado y moderno, un faraón de la nueva ola que trepaba a las torres de cinco mundos y luego dormía en microgravedad, y reía y jodía continuamente. No valía la pena luchar.


-Bueno, cielo, vete si quieres y programa el rover para que luego venga a buscarme.- Desde lo alto de la meseta la vi marcharse, levantando espesas nubes de polvo trescientos metros más abajo y clara e imprudentemente en conducción manual. Sin duda tenía prisa.


Volvería de madrugada, o al amanecer, unos pocos días más una cáscara distante antes de la partida. Pero para mí aquella fue la despedida. Hoy en día todo el mundo lo ve de otra manera; todo el mundo sabe que un matrimonio no dura para siempre. Pero habían sido cincuenta años juntos, y la mayor parte del tiempo plenamente felices, con nuestros cómodos y modestos trabajos de archiveros, nuestro apartamento casi sin conexiones, nuestro jardín. Pero el mundo cambia cada vez más deprisa, y todos cambiamos con él a mayor o menor ritmo. Simplemente, su ritmo de cambio había acabado siendo mayor que el mío. Y la plasticirugía, y el sexo terapéutico, el reiki coránico y los arreglos de A.D.N. habían acabado introduciendo una treintañera extraña en mi vida, y un fósil entrecano en la suya: un ser amargado e importuno que la estorbaba, y que ahora tendría que retomar una vida sin ella que ya ni recordaba, mientras la vejez inevitable de los no modificados se le iba acercando quien sabe si como única solución, como la única compañera perdurable.


Conecté el ampli de visión, y me concentré en mi búsqueda. Nunca hubo una civilización en Marte que esculpiera caras que miraban tristemente al cielo. Pero hace mucho tiempo hubo vida, la vida que fue nuestra antepasada, que danzó ingenua en las charcas de un mundo joven hasta que fue erradicada por el clima, por la inadaptación, por el curso inexorable del tiempo. Esta meseta de Cydonia estaba situada en una zona de transición entre las planicies que fueron una vez fondos oceánicos y el terreno continental del sur. Hace más de tres mil millones de años pudo ser un islote junto a una hermosa y tranquila playa solitaria.


Separando dos lascas de carbonato encontré por fin lo que buscaba. Un hermoso ejemplar, tal vez el mejor fósil marciano del mundo, lo que sería una gran noticia para los quinientos miembros de mi grupo de Usenet y poca gente más. Un vermiforme de simetría trilateral, con tres juegos de apéndices bucales no articulados. El amplizoom incrementó su resolución para apreciar los detalles. Dos centímetros. Un gigante para Marte. Por su ubicación y estructura, debía ser uno de los fósiles más modernos nunca encontrados, en la frontera del Apocalipsis marciano de los tres mil trescientos millones de años. Las branquias eran bien visibles. No se encontraban trazas de degeneración, de adaptación al frío y a la anoxia. Cada vez era más obvio que la muerte había llegado bruscamente, en un instante de tiempo geológico que la evolución no pudo sobrellevar, y no en una lenta y gradual decadencia y ruina. Mejor para ellos, pobrecillos.


La vista desde allí era espectacular. A la luz del atardecer, desde aquella altura, el pequeño horizonte marciano se me mostraba limpio y nítido en el nuevo aire: cada risco, cada llanura, cada cráter grande y pequeño. Me despedí de ellos con la mirada, y de las dos lucecillas en el cielo rosa púrpúreo, y me despedí también de mi pequeña adquisición. Había acariciado la posibilidad de bautizarla como Nerea Cydonica, en señal y recuerdo de lo que fue: un pequeño animalillo de cuerpo blando y ciego que nadaba inocente por unos mares hace mucho tiempo desaparecidos, hasta que el mundo cambió a su alrededor y no pudo soportarlo. Lo observé más atentamente a la luz del foco y entonces, frente a mí, vi la verdadera cara de Marte. Los apéndices bucales amorfos de otras especies marcianas anteriores habían evolucionado hacia unos ojos y una boca picuda. Una carita diminuta muerta y petrificada hacía eones me miraba, y parecía sonreir tristemente. Le devolví la sonrisa, y luego lloré por ella, y por mí, y por todos los fósiles del pasado que habían sido barridos por la marea del tiempo, o se habían extinguido para dar paso a especies más fuertes, más modernas y mejor adaptadas.

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