Terra Incognita

Una blog de creación literaria, sesgada hacia la Fantasía © Ignacio Egea Rodríguez 2.004


La simetría de los copos de nieve


Inmaculada Martínez Gutiérrez
Este relato fue el ganador del II Concurso de cuentos de Navidad convocado por el Diario Ideal en 2.004

Largos viajes en tren. Rememorados desde la edad madura, sus primeros recuerdos se confundían con recuerdos más recientes; con los sueños, con las fantasías que todos aventuramos para llenar los huecos de nuestra memoria. Con las historias que le contaron sus padres, que eran los recuerdos, o las fantasías de otros. Pero el tren siempre estaba allí, casi siempre en invierno, el olor a cerrado y a madera vieja barnizada mil veces, el constante traqueteo de aquellas vías de otros siglos, la vibración, el fuerte chorro acre de la calefacción, y su calor levemente fétido. Por contraste, el chorro de aire limpio, pero helador, que entraba por las puertas en aquellas estaciones rurales vacias perdidas en una llanura interminable salpicada de escarcha; el tacto resbaladizo y frio del vidrio de la ventanilla, el vaho que velaba el paisaje, y al despejarlo con la torpe manecita de niño, un borrón oval de transparencia que dejó una vez ver los miles de diminuots copos de nieve llevados por el viento, estrellitas viajeras que morían adheridas a la ventanilla, dejando un suave hilo de rocío. -"¿Los ves, Güito? Son como estrellitas, pequeñas estrellitas blancas. ¿Ves que tienen como brazos? Hay tantas, tan parecidas. Pero nunca verás dos iguales"
Una ciudad sin rocío. Los copos de nieve habían muerto en grandes fosas comunes de helada grisácea que se amontonaban junto a las aceras; entre los baches y los socavones de las obras el hielo se fundía en un barro duro y gris con polvo de cemento. Por entre las vigas de acero de los edificios en construcción sobresalían de la neblina las altas torres de ladrillo. Sus bocas exhalaban humo negro y brillante al mismo tiempo, veteado de chispas cobrizas que salpicaban el cielo y las negras y angulosas osamentas de aquel bosque de vigas entrelazadas.-“Mira, Güito. Allí está tu padre. La fábrica grande de ladrillo rojo. Ahora te enseñaré donde vamos a vivir. Cuidado con tus cosas. No las pierdas. Ven, ven, no te pares“. Un ladrón. Cómo le sorprendió el nombre de aquel pequeño aparato. Del oscuro cable en el centro del techo donde antes estaba solitario el casquillo de la bombilla brotaba ahora un coro de hilos divergentes: una radio con una adusta rejilla de baquelita, como una jaulita para gorriones invisibles. El trino de aquellos gorriones eléctricos eran suaves melodías que decían cosas que no entendía. De otros hilos colgaban luces de colores a lo largo del techo y las paredes, hasta un árbol rematado en una estrella brillante, que se encendía y se apagaba. -“¿Es una estrella del cielo o es de nieve?“ -“Da igual, Güito, lo que tú quieras. Es una estrella de Navidad“ -“El abuelo dice que las estrellas de la nieve no son nunca iguales. Nunca, nunca. ¿Él me dirá de qué es esta estrella?“ Sólo le contestaron los gorriones de Telefunken. Con los días se iba habituando a aquellas palabras, le pareció captar algunas. „ Du grünst nicht nur zur Sommerzeit, nein, auch im Winter, wenn es schneit“. Algunas cosas no se les cuentan a los niños en Navidad. Y la estrella eléctrica siguió con su apagar y encender mecánico, y duró muchas navidades, hasta que tras uno de los muchos regresos apareció quebrada en el fondo de una caja. Creyó que no le gustaba, y lo sintió como otra de tantas pérdidas, otra esquirla desgajada de sus recuerdos. Preguntó en muchos sitios, en muchas tiendas, andando y en autobús, pero no encontró ninguna igual a aquella estrella, fabricada tan lejos, y hacía tanto. Largas ausencias, largos viajes. Y reencuentros. Algunas cosas se procuraban hacer lo más parecidas posible de un año a otro; eso cimenta los recuerdos. Las paredes de la casa atrapaban el calor, y daban eco a las canciones, y parecía que hacían lo mismo con el tiempo, al menos aquellas noches donde todo se movía y al mismo tiempo todo estaba en paz y perduraba. Pero un hilillo de vida imperceptible se iba por las rendijas de los postigos. Una bombilla intermitente que dura sin cambios, no se extingue poco a poco. Aparece rota. Una situación que permanece igual largo tiempo, y todo cambia tan bruscamente. El regreso anual, y los que le esperaban en la estación, como cada año. Y no son todos los de cada año. „Para qué decírtelo, tú tan lejos, que podías tú hacer. Yo, ya ves, me apaño, no te preocupes“. Algunas cosas no se cuentan a los niños enseguida.
Nunca se sabe cuándo es la última vez. A veces se sabe cuándo es la primera. La primera vez que bajó del tren y no quedaba nadie. Y poco después, sólo estaba ella, con la que nunca había pasado una Navidad. Los paseos en moto junto al río, los baños, los besos, eran ahora un recuerdo de la canícula, un escalofrío levemente risueño. „¿Las hojas brillan verdes no sólo en el calor del verano, sino también en el invierno, cuando nieva?“ Una tímida duda de que aquellas risas de poco antes les sustentaran para aquellas fiestas. Y todas las que podían esperarles, allá, en los siguientes trenes, parecían un peso, un destino temido, al mismo tiempo que una promesa. Un premio de lote navideño, un espumoso barato y picante, y fruta en almíbar, y migas de mazapán que la risa desperdigaba sobre el suelo de la casa sin muebles, más allá del mantel que alojaba las velitas y las servilletas de papel. Ya llegarán los muebles, los cubiertos, un Belén, también un árbol. Pero la primera es ésta. Fue una primera sin nieve. En el vaho de las ventanas dibujaron monigotes, mientras cantaban: en el vidrio hubo rayas efímeras casi infantiles queriendo decir „camello“, „rey“, „pastor“,“niño“. En el primer silencio fueron a la ventana más grande y fría de la cocina, y en su perfecta pátina de condensación él guió el índice de ella para dibujar una pequeña estrella de seis puntas, y le contó el secreto de los copos de nieve, que un simple hecho que todo el mundo sabe y puede ver, si se cuenta en la penumbra fría de una Nochebuena contiene el Misterio que sólo una vez se entiende en su plenitud. Aquella estrella fue el único dibujo que se hizo en aquella ventana, y pudo verse todo un invierno. Pasaron unos años antes de que los copos se asomaran a aquella ventana de la cocina. Ya no parecen tan frios los inviernos, y los trenes y regresos sólo son por gusto: el gusto está siempre en regresar. Aquella mañana de Diciembre soplaba una brisa muy suave que no lograba arrancar ningún ruido y apenas bastaba para arremolinar los copos en una dulce y juguetona aglomeración en las esquinas del cristal . Cuando vio aquello dejó el tazón de café que perdía calor en aparatosas volutas de humo, y subió por una manta. Poco después de los entresijos de aquella manta surgía una manita tibia que él estrechaba para mantenerla abrigada. Y para guiarla. Para entre los dos desdibujar el vaho de la ventana, y echar una mirada por primera vez a los cándidos cristalitos hexagonales.-“Mira, Güito, hay tantas, tan parecidas. Y nunca verás dos iguales. Éstas se fundirán, y vendrán otras. Millones de ellas, hasta el fin del tiempo. Pero esta de ahí no la volverás a ver más. Ni ésa. Ni ésa. Pero son tan parecidas, todas dibujadas con los mismos trazos“

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¿Por qué le pegué un moco a mi carta a los Reyes Magos?

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Todo empezó cuando el novio de Mamá trajo unas velitas para el árbol. Yo estaba enfadado, porque a mí siempre me ha gustado más el Belén, y de toda la vida me han dejado ponerlo a mí. Pero este año el Belén no ha salido de la caja. Mamá me mintió, como hace siempre: “-Eso es que se lo debe haber llevado tu padre, así que déjame en paz.” Pero yo sé que es mentira. Papá se fue con lo puesto; no se llevó ni la corbata que yo le regalé y que le gustaba tanto. Una chulísima, verde fosforito, con Bart Simpson bajándose los pantalones y sacando el culo. Jó, lo que le gustaba esa corbata. Me acuerdo que al principio ni se la quería poner, para que no se le manchara, y Mamá tuvo que obligarlo, como me pasó a mi cuando era más pequeño, y fuimos a comer cosas macrobióticas con unas amigas de mamá de la tienda de dietética, y yo llevaba una cosa horrorosa de Agata Ruiz de la Prada, que Mamá se empeñó en comprar, y con ese dinero me podían haber comprado cuatro Play Stations, y yo estaba muy fastidiado, y hay que ver qué mal se quitan las manchas de soja, en la camisita de la Agata esa de las narices: se quedó un reguero negro que parecía caca, pero Mamá me obligó a llevarla un montón de veces más, porque en la tienda no tragaron con que la camisa venía así. Y yo iba con aquel reguero negro que parecía que me había comido una caca del gato y luego la había vomitado para el lado donde estaba el bolsillito. Y mamá decía que era de ketchup, y qué que malas son esas comidas basura para los niños, y eso es mentira: el tío más grande de mi clase sólo come menús de Pizza Hut y Burger King, porque sus padres no tienen tiempo de hacerle la comida, y él tío se pone morao. Y esa comida no es mala, porque este tío tiene siete años y ya pesa sesenta kilos, y nos puede a todos los de la clase, hasta a la maestra, una vez le pegó una patada en la barriga y la tumbó boca abajo en el suelo, y la tía no dijo ni mú durante el resto de la clase, sólo respiraba profundo affggghhhhh, lo que aprovechamos para poner un video de los mejores momentos de Crónicas Marcianas, y no los petardos educativos que nos meten siempre.

Al gordo le hizo mucha gracia el video, y dijo que yo había tenido una idea muy buena, porque lo había grabado yo, porque aunque mamá, desde que echó a Papá de casa, no me deja verlo, como es muy burra y no entiende de electrónica, no se ha dado cuenta de que sé programar el video. Desde entonces el gordo y yo somos muy amigos, y ya solo me pega de cachondeo, pero también hace un poco de daño porque es muy fuerte. Así que no digan que las pizzas y los maxi-whoppers son malos para la salud, que es mentira. Y la mancha de ketchup, mentira también.

Qué mentirosa se ha vuelto Mamá, desde hace un año, que llegaba oliendo a coñac, como el abuelo, pero el coñac que beben las mujeres se llama “combinados”, y le decía a Papá que es que en la tienda había habido mucho trabajo, y Papá se callaba y miraba así como para abajo, como hacía él cuando me pillaba meando en el bidet, y estaba mamá cerca y sabía que si me regañaba, Mamá me iba a gritar, y luego iba a gritarle a él un rato mucho más largo, que como Papá no hacía pipí sentado, como la gente moderna, me había dado mal ejemplo a mí, y que la obligación de Papá era educarme, sobre todo ahora que era ella la única que llevaba dinero a la casa.

Porque es que papá se había quedado sin trabajo, y mamá al principio decía que menos mal que la tienda ya iba bien, porque así ella podría ganar dinero por los dos, y papá miraba así como para abajo, y yo sé que estaba pensando que la tienda era un caprichito y que había ido muy mal los primeros años, y que él a lo mejor no se habría quedado sin trabajo si no hubiera sido por eso, porque una vez se lo oí decir por el móvil al abuelo. Al principio, mamá salía a trabajar y papá se quedaba en casa conmigo, y lo pasábamos muy bien, y cuando yo llegaba del colegio limpiábamos la casa juntos y hacíamos la comida, que papá no sabía y yo tuve que enseñarle, tras lo cual teníamos que dársela al perro (también se ha ido el perro, Mamá dice que con Papá, creo que me miente) y llamábamos a Telepizza, y luego Mamá nos regañaba. Pero lo pasábamos muy bien, y yo estaba muy a gusto, fue en esa época cuando me dejé de hacer pis en la cama, y mamá ni se dio cuenta, con lo que se enfadaba al principio y la importancia que le daba, que incluso echó a Evelyn María, la mujer que me cuidaba entonces, que era muy buena y me dejaba hacer lo que quería, pero bebía combinados y veía culebrones, porque decía que era culpa suya, y contrató a otra canguro que era amiga suya desde la universidad, que tenía gafas de culo de vaso y hablaba raro y que se llamaba algo así como Gurjun, que para mí que con ese nombre tenía que ser extraterrestre, y seguro que lo era, porque era más mala que la ETA que mata a la gente en la tele.

Porque al principio esta tía me pegaba, y papá se debió dar cuenta un día que me estaba bañando, porque estuvo un tiempo sin venir, y Papá y mamá estuvieron una semana peleándose, y al final la extraterrestre volvió, y papá estaba todo el día quitándome el jersey para verme el cuerpo, así que ella ya no me pegaba, pero se acercaba a mi cama por la noche con unas tijeras y me decía que si me volvía a mear, me cortaría el pito, y a mí me daba mucho miedo, y no pegaba ojo, y luego me dormía en clase, y me hacía pipí allí. Y la maestra le dijo a Mamá que me había vuelto un niño problemático, y papá estuvo poniendo cámaras por toda la casa, porque sabe mucha electrónica, y había hasta una cámara que veía por la noche, era la época que papá todavía trabajaba y a veces me quedaba solo de noche en la casa con la extraterrestre. Y al poco tiempo de poner las cámaras la extraterrestre no volvió.

Y luego Papá dejó de trabajar, y yo estaba muy contento porque lo veía mucho, pero fue entonces mamá la que dejó de venir a casa, porque tenía mucho trabajo en la tienda y olía a combinados. Y luego se fue papá, y al principio mamá decía que nos había abandonado, y luego me dijo el gordo, que su padre es juez, que es que mamá ha pedido que si papá se acerca a casa, vaya el juez y lo meta en la cárcel, porque cuando papá me quitaba el jersey todos los días, dicen mamá y su psicóloga que era porque le gustaba hacerlo. Pobre papá, estoy seguro de que le gustaría venir a casa a verme y luego llamar a una pizza, pero debe tenerle miedo al juez, es que si el juez es como el gordo, que un elefante así te lleve a la cárcel a hostias debe dar mucho miedo. Yo creo que por eso, por miedo al juez, la maestra no dijo nada cuando el gordo le dio una patada en la barriga. El gordo quería darle una patada en los huevos, pero es que es un poco ignorante en esas cosas porque su padre es de una cosa que se llama Opus Diez, y nunca ha visto a su mamá sin ropa, no como yo. El gordo estaba antes en un colegio del Opus ese, pero lo echaron porque le pegó una patada en los huevos a un cura, y se montó un escándalo, porque fue en su primera comunión y estaba la iglesia llena de gente, y el cura se cayó al suelo, y un tío lo grabó y lo mandó a la tele y le dieron un premio. Es que el gordo es un poco especial, pero ahora me llevo muy bien con él, yo le llamo Carman y él me llama Keni, como los de los dibujos que no me dejan ver pero programo el video, y nos reimos, y me pega coscorrones que hacen daño, pero es de cachondeo. Ahora que no están papá ni el perro, es mi único amigo de verdad.

Echo mucho de menos a papá, y el novio de mamá es un capullo que ha llegado creyendo que nos tiene que educar a todos, y que belén no, que es una horterada comercial flanquista, así que hemos puesto un árbol, y bombillas no, porque son horteras y comerciales (¿qué es flanquista?), velas naturales y ecológicas, que se encienden con mechero. Y yo no sé qué tiene este tío en contra de los belenes, las bombillas y el flan Dhul, que a papá le salía tan bueno, así que yo estaba muy enfadado y quería protestar, y pensé que podía hacer un motín.

Un motín es como un mitín, donde sale la gente gritando y pidiendo cosas, pero más gordo, porque la gente grita más, y tira piedras. Había visto por la tarde (mamá no me deja ver la tele por la noche, pero por la tarde debe creer que sólo ponen dibujos, y es mentira, no ponen) una peli de un motín en una cárcel, así que cogí todas las velas y las llevé a la cama de matrimonio. Y mamá se enfadó muchísimo, pero no podía echarle la culpa a Papá, ni a Pizzaexprés, así que se la echó a la tele. Y tenía razón, primero por lo de la peli de la cárcel, y luego por publicidad engañosa, porque luego dicen que los colchones de látex no arden. Jó, no echaba chispas eso. Toda la pared y el techo negros, y Mamá acababa de cambiar la decoración y se había gastado una pasta, porque dice que quiere empezar el año cambiando de vida.

Así que me han quitado el Belén, me han quitado a Papá, y me han quitado la Navidad. Mamá está furiosa, empezó a pegarme y todo, pero paró en seguida y se puso muy pálida cuando le dije que si después iba a cortarme el pito. Me dijo que ese año no había reyes. Pero no me preocupa. El gordo me ha dado una carta de unos grandes almacenes que le había sobrado, y yo estaba preocupado, porque en enero vamos a estar en la granja ecológica del novio de mamá, que no sé la dirección. Así que en el remite pegué un moco, para que puedan indentificarme por el ADN, como a la niña que mataron en la tele. Y en la carta no puse nada más, la dejé en blanco, porque no quiero nada, no sé lo que quiero, me gustaría que viniera papá y comernos una pizza, pero creo que eso no es una cosa que quede bien pedirla en Navidad, no pega. Pero no quería que esta fuera mi primera Navidad sin carta a los Reyes, por eso la eché al buzón tal y como estaba, con el moco dentro. Podía haber pedido algo para los niños esos moros que se mueren en la tele, pero los reyes van a arreglar eso de todas formas, aunque a lo mejor si van allí les ponen una bomba, quién sabe, que los moros son muy suyos. Pero el gordo me hubiera pegado en serio si ve eso en la carta, se pone furioso con todas esas cosas tan cursis.

Cursi es una palabra mía, al principio él a todo eso le llamaba “pogre” y “maricón”. Y se pone muy agresivo con esas cosas; a la maestra le pegó la patada cuando nos quiso hacer recoger firmas contra la guerra y dijo que iban a venir los soldados americanos a matarnos a todos, y él le dijo que eso era mentira, que los soldados americanos sólo matan a los moros, y a los rojos, y a los negros, pero a esos los mata la policía, y luego dicen que se han resistido. Y ella le dijo un montón de cosas feas, unas palabras muy largas así como “insolidario” y “burgués”, y el gordo se lo tomó mal, porque creyó que con lo de “burgués” lo estaba llamando gordo zampabollos de McDonalds, y le gritó “¡¡Pogre!!. ¡¡Maricona!!”, y pumba, la tumbó. Y la maestra no dijo nada, y aunque hubiera dicho algo, yo creo que el gordo no se queda sin regalos de Reyes, y no como yo. Pero bueno, algún regalo de Navidad sí he tenido, de todas formas.

Escondido en mi cuarto tengo un móvil, es del gordo, que me lo ha regalado. A él ya no le gusta porque es antiguo, es del verano. Lo tengo puesto para que, cuando me llamen, no haga ruido, sólo cosquillitas. Y cuando tiembla el móvil, salgo a la ventana. Y abajo está mi papá, junto a su nuevo coche, porque ahora trabaja otra vez, y me dice que ahora le va muy bien, y que pronto podremos salir a comernos una pizza, que el juez le va a dejar ir a casa, que ahora ya sabe que lo del jersey no fue con mala intención. Y lo que no sabe mi padre es que el juez sabe eso porque yo se lo conté. Porque un día fue a la escuela a hablar con el director, porque el gordo había hecho una travesura, pero casi nadie había resultado herido, y a la salida nos llevó en el coche a él y mí.

Yo no lo conocía, porque todos los días al gordo lo trae y lo lleva la chacha, porque su padre no tiene tiempo, y dentro del coche, como el gordo sabía lo de las tijeras, porque yo se lo había dicho, el día que mangó una botella de su casa que debía ser zumo de cabra, porque ponía “Chivas”, y estuvimos haciendo combinados con polos de bolsa, y casi no pudimos tomar nada porque sabía a cabra muerta de verdad, y nos pusimos a cantar y entonces se lo conté , pero luego me dio una vergüenza muy rara, y le dije que era una broma, así que pensé que lo había olvidado, pero en el coche se lo soltó todo a su padre, y entonces yo me puse muy mal, como si fuera culpa mía, pero se lo conté con pelos y señales, y él me dijo que no era el juez de mi padre, pero que lo conocía, y que no me preocupara.

Y en mi casa cogí todas las cintas de las cámaras que había puesto mi padre, que mi madre pensaba que las había borrado, pero yo les había cambiado las etiquetas, y con eso y con unas fotos que he hecho de mamá con la extraterrestre, que ya no entra en la casa, pero muchas noches la lleva en coche hasta la puerta, las fotos las he hecho con el móvil del gordo que tiene cámara, se lo he mandado todo al gordo, y con eso me parece que ya pronto papá volverá a casa. Y a lo mejor el perro también.

Pero por lo que me dice papá, él tiene otros planes. Ahora que le van las cosas bien, dice que si una vez se ligó a mamá fardando de descapotable, lo puede volver a hacer otra vez, que Mamá no es mala, y nos quiere mucho a los dos, pero que está muy nerviosa, y que la extraterrestre no nos ha tragado nunca a los hombres de la casa, pero que si la pudiéramos quitar de enmedio, volveríamos a estar juntos los tres. Y por eso a mí se me ocurrió volver a sacar las cintas de video, porque creo que eso puede ayudar, porque esas cintas no le van a hacer daño a mamá, porque ella no sale.

Cuando me asomo a la ventana a ver y a hablar con papá pienso que me gustaría haberlo dicho todo mucho antes, que a veces es muy malo decirlo todo, y a veces es muy malo callarse. Y que muchas veces callarse hace que la gente no te entienda, y que piense que haces las cosas mal porque eres malo, no porque quieres decir algo y no sabes cómo. Y se me ocurre que a lo mejor mamá no me entiende, pero yo tampoco la entiendo a ella, y no sé lo que me quiere decir, lo que le pasa. Y que yo hago motines y ella bebe combinados, y papá coge dinero y por eso perdió el trabajo. Y todo es porque nos callamos, porque en vez de escribir una carta pegamos un moco y encima si nadie te entiende, la culpa es siempre de algún otro, de la tele, de Burgués King, y de Crónicas Marcianas, que es un programa estupendo, y me lo grabo todas las noches.

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La última legión.


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Creímos que el Imperio duraría eternamente; muchos han muerto a sus manos, y muchos han muerto defendiéndolo. A nosotros nos toca el extraño honor de morir con él. Más allá de la plaza se oye acercarse a los bárbaros del Este, sus botas resonando entre las inmensas columnas dóricas, hollando estos magníficos monumentos con su ímpetu bestial.
Permanezco de pie entre las ruinas mientras escucho las últimas instrucciones de nuestro oficial. Es un hombre de pelo claro y ojos oblicuos, de rasgos vagamente orientales, que lleva un brazo en cabestrillo. No es el único nacido en lejanas tierras que va a morir en esta capital de una tierra mítica, otrora famosa y ahora destruída por el fuego y por la guerra. Junto a mí hay hombres del Danubio, belgas, bretones. Mil historias parecidas y diferentes a la que me trajo desde la Mérida soleada a través de mil campos de batalla persiguiendo la gloria y que esta noche arrojará mi cuerpo a una fosa común entre el cascajo de las ruinas de esta ciudad tan lejana amortajada por el humo.
Hemos recibido las últimas instrucciones. Nuestro oficial nos saluda, brazo en alto. Es una despedida: el enemigo comienza su avance final. Salgo de mi escondrijo y me lanzo, granadas en la mano, contra el destacamento de tanques T-34 que intenta tomar los restos de la Cancillería del Reich.

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dios Mediante




Vi al dios Mediante por primera vez entre los cañaverales de Macassar, cuando era niño. Su figura era igual a como la representaban en el templo: un hombre desnudo y hermoso de piel brillante, ni joven, ni viejo, eternamente sonriente, que contemplaba en silencio una flor de un aroma inolvidable. Huí de allí presa de temor sagrado, como el sacerdote nos había enseñado a hacer si alguna vez algo así nos ocurría; estos encuentros no eran tan raros en nuestro mundo, en nuestra isla entre los cañaverales, donde habitábamos el último resto de los verdaderos creyentes. Y era lógico, porque nuestros dioses eran reales y habitaban en torno a nosotros, discretos, esquivos, pero siempre presentes.

En el mundo exterior los pueblos de los Mitos Falsos se multiplicaban, y sus creencias medraban con ellos. Voces huecas que resonaban llenas de ira, cuyas únicas fuerzas eran la de las espadas de sus fieles, la de los venenos de sus escribas, la de la fertilidad de sus concubinas. Ya regaban de sangre un mundo entero que antes fuera un paraíso entregado por los dioses verdaderos a sus hijos; al fin llegaron también a los cañaverales.

Poco después de mi visión en nuestras tierras comenzaron a desaparecer los jóvenes que salían de caza; después las doncellas que recogían agua en el riachuelo. Luego fue atacada una aldea, más tarde otra. Rezamos a los dioses pidiendo ayuda y consejo, seguros de que nos escuchaban, porque no podían andar muy lejos. Poco antes de mi rito de tránsito mi pueblo fue arrasado. Mataron a los adultos, y a casi todos los niños varones. Las doncellas fueron llevadas como botín, y algunos jóvenes destinados a eunucos. Así pasé el resto de mi vida. Perdí más tarde la vista en una plaga, y una mano en el curso de mis largos viajes como mendigo y santón. Anduve miles de días y nunca pude volver a encontrar los cañaverales donde nací, ni nadie que reconociera las palabras de mi idioma. Mucho después, ya en mi vejez, fui arrojado por la borda de un navío en medio de la tormenta para apaciguar a uno más de aquellos mitos airados. El mar no me quiso, y floté agarrado a un tronco hasta la tranquila desembocadura de un río llena de cañaverales. Reconocí el lugar, y al fin llegué a donde había estado mi pueblo. Todo estaba en silencio, y nada quedaba en pie salvo un resto de la capilla. Allí, entre osamentas añosas y vigas carbonizadas, pude por un momento percibir aquel olor de la flor que no se olvida, y supe que ante mí, ahora vedado de mi vista, estaba el dios con su postura relajada y su eterna sonrisa. Nada me quedaba por temer, así que no huí, y así le dije:

-Te he rezado mucho todos estos años, dios.

-Lo sé, hijo mío. Ni una vez rezaste, aunque fuera muy lejos de aquí, o en mitad del mar, que yo no te escuchara. Hace ya tiempo que sólo oigo tus ruegos.

-¿Y qué hiciste por mí, por tu gente, todos estos años, si dices que me escuchabas?

-Lo que siempre he hecho desde el principio del tiempo. No pudiste asistir a tus ritos de tránsito; no se te puede reprochar que no lo sepas. El cosmos es una estricta jerarquía de hombres y dioses, y dioses por encima de ellos, así hasta el infinito, todos tan reales como tú y como yo, pero todos estrictamente limitados a sus funciones. Cada vez que oía tus ruegos, abandonaba mi contemplación extática, me dirigía a mi supradiós correspondiente y rezaba por ti. Ni una sola vez dejé de hacerlo.

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