Creímos que el Imperio duraría eternamente; muchos han muerto a sus manos, y muchos han muerto defendiéndolo. A nosotros nos toca el extraño honor de morir con él. Más allá de la plaza se oye acercarse a los bárbaros del Este, sus botas resonando entre las inmensas columnas dóricas, hollando estos magníficos monumentos con su ímpetu bestial.
Permanezco de pie entre las ruinas mientras escucho las últimas instrucciones de nuestro oficial. Es un hombre de pelo claro y ojos oblicuos, de rasgos vagamente orientales, que lleva un brazo en cabestrillo. No es el único nacido en lejanas tierras que va a morir en esta capital de una tierra mítica, otrora famosa y ahora destruída por el fuego y por la guerra. Junto a mí hay hombres del Danubio, belgas, bretones. Mil historias parecidas y diferentes a la que me trajo desde la Mérida soleada a través de mil campos de batalla persiguiendo la gloria y que esta noche arrojará mi cuerpo a una fosa común entre el cascajo de las ruinas de esta ciudad tan lejana amortajada por el humo.
Hemos recibido las últimas instrucciones. Nuestro oficial nos saluda, brazo en alto. Es una despedida: el enemigo comienza su avance final. Salgo de mi escondrijo y me lanzo, granadas en la mano, contra el destacamento de tanques T-34 que intenta tomar los restos de la Cancillería del Reich.
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Muy buen relato te felicito!!