Fortitudine Vincimus. Mi corazón late presuroso por la excitación, no por el miedo, y mi lanza y mi armadura relucen en el bullicioso amanecer mientras disponemos nuestras filas frente al enemigo. Enseño orgulloso mi escudo de armas de la Torre Firme, y mi lema "Quien resiste, vence". A mi lado, otros tantos caballeros, con no menos brillo y esplendor. Un bosque de lanzas y de brillantes armaduras, de coloridos estandartes que ondean al viento y siguen el ritmo de nuestros alegres cánticos guerreros. Demasiado tiempo ha habido paz en este reino, y el caballero ha cazado ocioso por el bosque y contemplado desde su castillo el aburrido ir y venir del arado y la cosecha, y las zafias festividades de los campesinos. Una larga paz, y los pocos caballeros que han visto otra batalla son ya viejos y aguardan cansados en la retaguardia mientras los jóvenes desfilamos orgullosos en orden de combate y esperamos ansiosos la hora de la gloria y la aventura. Mostramos al enemigo una gran variedad de armas: lanzas y espadas, hachas, mazas y hasta látigos; buscamos intimidarlo tanto como competimos entre nosotros en lucimiento y fama y los mantos y gualdrapas de rico brocado de los corceles compiten en riqueza y en asombro, como un campo de trigo florecido en seda, en oro y púrpura.
Por eso mismo me llama la atención el caballero silencioso y embozado plantado a un lado de nuestras escuadras, alto y envuelto en un tosco manto negro sin divisa que envuelve igualmente a su caballo. Es también curioso su armamento: sin escudo ni armadura visibles, enarbola bien alta una guadaña. No canta himnos de batalla ni se pavonea demostrando el dominio de su montura. Tan discreto que resulta llamativo, aunque nadie parece fijarse en él salvo yo. Y juraría que me devuelve la mirada, y que también me observa con fijeza.
Etiquetas: Canciones de viaje
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