Pasa una vez cada casi dos siglos. Sólo entonces están los planetas correctamente alineados para el Gran Viaje.
Nos reunimos de forma discreta, a espaldas de la atención del público. La última Conjunción fue un acontecimiento; tal vez no fuera comentada por el vulgo, pero fue el tema de conversación por muchos años de los estamentos de iniciados. Ahora, ni una mala cita fuera de nuestro grupo de Internet. De todas maneras, en esta era moderna se ha perdido en buena parte el interés por una visión más espiritual de estos asuntos. Ya todo es empuje, costo, beneficio, carga, pasaje, datos almacenados en frías memorias de ordenadores que bullen sin mente. Se mira al cielo y se ve a los planetas como simples estaciones, un punto y un nombre tan anodinos como los de los esquemas de las líneas de Metro, cuando antes eran los depositarios de poderosas fuerzas.
Fuerzas poderosas, constantes y sutiles modelarán el destino de nuestra creación. Un trabajo de varios años, en secreto. Lo que no se ha hecho en siglos, volverá a hacerse. Y seremos nosotros los que lo habremos convocado.
Está todo preparado: debe llevarse a cabo en un plazo corto y muy bien calculado, o todo fallará y no podrá hacerse hasta mucho después de que todos hayamos muerto. Los que nos hemos reunido en torno de nuestra creación esperamos ansiosos la señal. Nos refugiamos prudentemente tras las barreras que hemos erigido: nuestra acción desatará fuegos poderosos, y no queremos que nadie sufra daño. El líder de nuestro grupo da la orden. Entorno sin querer los ojos, agacho instintivamente la cabeza, pero no me quiero perder el espectáculo.
Ahí está. Las llamas estallan a una orden de nuestro jefe. Los primeros humos salen del foso construído en torno a él: por un segundo, es lo único que se mueve, y nuestra creación se mantiene inmóvil sobre su pedestal. De repente, empieza a moverse lentamente hacia el cielo; acelera leve, pero firmemente. En unos segundos ha superado la velocidad del sonido, y ya sólo podemos ver su brillante estela de gases ardientes, que por un minuto cruza el cielo nocturno.
La Asociación de Modelistas Planetarios celebra el lanzamiento del Voyager 3, más de 170 años después del lanzamiento de sus hermanos mayores. Un cohete, réplica a escala, aunque muy mejorado, de los lanzadores del siglo XXI, y una sonda de fabricación amateur de apenas medio kilo de peso que, aprovechando la repetición de las extraordinarias conjunciones de órbitas de Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, adoptará una trayectoria que le permita visitar las inmediaciones de todos ellos con un mínimo impulso, en poco más de una década.
Los miembros del equipo nos felicitamos y nos despedimos hasta la próxima ocasión. Nuestro Voyager 3 llegará a Júpiter en tres años; hemos planeado estar allí para recibirle. No todos podrán ir; siempre surgen compromisos. Pero el mayor compromiso será el mío: soy un miembro del equipo sólo a título honorífico, y me han invitado a la Tierra para la ocasión, así que me va a tocar a mí buscarles alojamiento en Calixto a los que vengan. ¡Y no saben cómo está allí el tema de la vivienda!
Pero tiempo habrá de preocuparse. De momento tomamos champán y levantamos las copas hacia los últimos restos evanescentes de la estela del Voyager que surca la bóveda de las estrellas. Una bóveda considerablemente menos clara que en mi lugar natal, pero el espectáculo se compensa con la vista de la Luna, invisible desde mi ventana, y de Venus y de Marte, que en Calixto se ven a duras penas. Brindamos y cantamos en homenaje a las estrellas, y a los planetas que ahora son las moradas del hombre, y no los señores de su Destino. Donde nuestros antepasados al mirar al cielo veían dioses, nosotros vemos gente. Ya no tenemos motivo para temer la noche.
Etiquetas: Canciones de viaje
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