Paseaba preocupado por los paisajes más queridos de mi tierra. La Giralda, la Mezquita, el Albaicín, se me antojaban etéreos, irreales, como los difuminados recuerdos de un sueño. Tal vez era un sueño lo que vivía. Entonces vino a mí una figura alta y etérea, de suma elegancia; vestía una chilaba andalusí, y sobre ella chaquetilla corta de picaor y traje de faralaes; por debajo zahones de cuero y botas camperas; un turbante rifeño en la testa, y sobre él, sombrero cordobés. Un clavel en la boca, en una mano llevaba una bandera blanca y verde, y en la otra unas castañuelas. Aunque su cara estaba velada con el chador, un atuendo así sólo podía corresponder a una persona, a una idea que expresa por definición todo lo que se nos ha dicho que debemos ser los andaluces: sin duda era Blas Infante.
-¡Padre! - grité yo, advertido de las responsabilidades legales en que puedo incurrir si así no lo llamara, incluso en un sueño.
-Hijo mío dilectísimo, tómate esto - contestó él, mientras me daba una pastilla azul, que llevaba guardadas en sus enaguas de estilo gaditano. Más tarde, al despertar, dudé de si lo que me había dicho era eso, o tal vez "Ijo mío de mi arma, jálate la pildorita"; a veces dudo de si mis sueños son en español o en andaluz, dada mi vergonzosa condición de bilingüe impuesta por quinientos años de opresor franquismo castellano que se remonta a Fernando III en el siglo XIII.
Sopesé la pastilla azul en mi mano; sabía que me enfrentaba a un momento clave de mi vida, que nada volvería a ser lo mismo hiciera lo que hiciera, jalara la pildorita o no. Miré a sus ojos profundos, de color verde (y blanco, en el blanco de los ojos), ansioso de más indicaciones. Me devolvió la mirada, pero no dijo nada más, aunque su forma algo nerviosa de tocar las castañuelas y engullir taquitos de jamón con copitas de fino me hacían ver que él también era consciente de que mi alma, de que el alma de todo nuestro pueblo y nuestra cultura, se hallaba en una transcendental encrucijada.
Tomé la pastilla azul y desperté a un sueño mil veces más rico, en el que los significados me resultaban obvios, evidentes. Aquella era la mañana del día en el que el Parlamento Andaluz ha definido Andalucía como una Realidad Nacional.
Pobre de mí, que todos estos años fui andaluz sin percatarme de que estaba prisionero de una Realidad Virtual. Me incorporé de la cama al himno de "Andaluces levantáos", desayuné tostadas de pringá con café Catunambú, cantando tonadillas patrióticas de producción propia, una mezcla de salves rocieras, coplas de Quintero, León y Quiroga, ojos verdes (y blancos) apoyaos en el quicio de la mancebía, precaución amigo condurtor de Perlita de Huerba, muasajas sefardíes (no sionistas) y chaabi rifeño, al ritmo de las sevillanas de Manolo Escobar y el Bulería Bulería de David Bisbal en una apoteosis de la fusión de culturas que es lo que ha distinguido siempre nuestra cultura autóctona, original y autosuficiente.
-¡Padre! - grité yo, advertido de las responsabilidades legales en que puedo incurrir si así no lo llamara, incluso en un sueño.
-Hijo mío dilectísimo, tómate esto - contestó él, mientras me daba una pastilla azul, que llevaba guardadas en sus enaguas de estilo gaditano. Más tarde, al despertar, dudé de si lo que me había dicho era eso, o tal vez "Ijo mío de mi arma, jálate la pildorita"; a veces dudo de si mis sueños son en español o en andaluz, dada mi vergonzosa condición de bilingüe impuesta por quinientos años de opresor franquismo castellano que se remonta a Fernando III en el siglo XIII.
Sopesé la pastilla azul en mi mano; sabía que me enfrentaba a un momento clave de mi vida, que nada volvería a ser lo mismo hiciera lo que hiciera, jalara la pildorita o no. Miré a sus ojos profundos, de color verde (y blanco, en el blanco de los ojos), ansioso de más indicaciones. Me devolvió la mirada, pero no dijo nada más, aunque su forma algo nerviosa de tocar las castañuelas y engullir taquitos de jamón con copitas de fino me hacían ver que él también era consciente de que mi alma, de que el alma de todo nuestro pueblo y nuestra cultura, se hallaba en una transcendental encrucijada.
Tomé la pastilla azul y desperté a un sueño mil veces más rico, en el que los significados me resultaban obvios, evidentes. Aquella era la mañana del día en el que el Parlamento Andaluz ha definido Andalucía como una Realidad Nacional.
Pobre de mí, que todos estos años fui andaluz sin percatarme de que estaba prisionero de una Realidad Virtual. Me incorporé de la cama al himno de "Andaluces levantáos", desayuné tostadas de pringá con café Catunambú, cantando tonadillas patrióticas de producción propia, una mezcla de salves rocieras, coplas de Quintero, León y Quiroga, ojos verdes (y blancos) apoyaos en el quicio de la mancebía, precaución amigo condurtor de Perlita de Huerba, muasajas sefardíes (no sionistas) y chaabi rifeño, al ritmo de las sevillanas de Manolo Escobar y el Bulería Bulería de David Bisbal en una apoteosis de la fusión de culturas que es lo que ha distinguido siempre nuestra cultura autóctona, original y autosuficiente.
Etiquetas: Trasuntos
Simplemente sublime. :-) Muy buen texto, debería ser publicado en un diario regional (lo digo en serio).
Tiene narices que ahora los andaluces tengamos que ser realidad nacional porque al Emperador Darth Chaves le da la gana. Si algo me ha gustado desde siempre de Andalucía es que esas chorradas nacionalistas de tendencias catetas nos la pelaba olimpicamente, y ahora fíjate.
Dime un diario andaluz que publique cosas de este estilo: no hay.
Si yo te contara las argucias pseudónimas por las que he tenido que pasar en ocasiones para llevarme el gato al agua con alguno de esos medios...
Los tíos de los lápices, sin tenerlo fácil, tenéis unas salidas que no son extensibles a los de los procesadores de textos (y menos, a los heterodoxos); si dibujas bien, tarde o temprano encuentras un americano, o alguien así, que te publicará.