Cae la maza, cae el martillo, resuena metálico el cincel sobre la piedra, por años incontables en la cueva. Las chispas del cincel iluminan la oquedad por un instante: hace ya mucho que aprendimos a no necesitar los ojos, sino sentidos más sutiles. Y oigo que Nîn no está en la fragua, y siento que su yunque está frío y no vibra.
El respiradero mayor insufla con fuerza: otra vez lo ha destapado. En la penumbra casi deslumbradora de la cercanía del aire libre, donde los espíritus del aire lo permiten, estará otra vez oyendo la galena. Que de esa piedra surgen voces de fantasmas como chispas es conocido
desde antiguo: uno más de los saberes enanos de antaño, éste desdeñado por su escasa utilidad.
Y ahora, al parecer, conocido por los hombres, que antes sólo sabían de la caza y de la guerra, y aprendieron de nosotros su tosca alfarería. Dice Nîn que han cambiado mucho en este tiempo. No lo creo. Yo soy mucho más viejo y los recuerdo: espigados bufones parlanchines, que cambiaban de canciones y palabras al ritmo que cambiaban las hojas de los árboles, sin amor por más tarea que la de la rapiña, sin más justicia que el capricho y sin más igualdad que la que trae la muerte. Pero Nîn dice que han cambiado, y aprendido. Que dominan artes sólidas y poderosas, de luz, de metal, de fuego y agua, tan buenas como las nuestras, incluso las más fabulosas de nuestros ancestros, que perdimos. Que siguen divididos en mil tribus en guerra continua unas con otras, pero que ha surgido un nuevo ideal afín al nuestro.
Que en uno de los reinos, el más vasto de todos, ha surgido un nuevo rey investido de acero, y ha puesto a todo su reino a trabajar, iguales ante el fuelle y la herrería, para construir un futuro como fue nuestro pasado, de inmensas colmenas de obreros en turnos continuos, dedicados a la fundición y la mampostería, construyendo canales, y caminos, minas, y fortalezas, y estructuras colosales cada vez más altas, y más profundas, a la gloria de la planificación, la capacidad, la voluntad de hacer, que distinguen al dotado de manos y de habla. Proezas que en nuestra decadencia recordamos como un sueño, y que nuestro número ya escaso sabe que jamás habrá de acometer.
Sueña con torres remachadas y naves voladoras, Nîn. Sueña con espigados galanes de brazos musculosos del picar y martillar que te acojan y te llenen la feminidad que aquí todos olvidamos. Eres la más joven y desatendida, y nunca serás madre, porque todos menos tú somos demasiado viejos para la cría y nuestra especie sólo perdura por nuestra vida casi indefinida. Sigue escuchando las canciones y los llamados que te susurran los fantasmas de la galena. Si algún día el respiradero no se tapa, y tú no vuelves a la fragua, no seré yo quien te denuncie, ni seré yo quien te condene.
diferente percepción que ambas especies tenemos de las cosas. Porque la luz del sol ciega, pero los ojos se endurecen, y la oscuridad más absoluta todo lo vela, pero se desarrollan nuevas sensibilidades. Pero el estado más peligroso es la penumbra, que cree que muestra formas prometedoras, pero muchas veces no enseña las cosas como son.
Etiquetas: Homenajes
Me siguen gustando mucho tus historia. Saludos!