Una mirada triste pero burlona en sus grandes ojos de color miel.
Se paró frente a mí.
-Dame algo, payo.
-Lo necesito para mí, lo siento.
-Anda, payico, que tú estás mu gordo. Dame lo que te estás comiendo, que huele a carne mu buena, de pichuga de pollico.
-No, no. Tiene salsa de chile, y jalapeños, y un montón de cosas que no te van a gustar. Mira, aquí tengo unas rodajas de mortadela. Toma una.
-Pos bueno, pos me la como, pero me gusta más lo otro. Dame pollico, anda, sé bueno. ¿No ves con qué ojos te estí amirando?
-No me engatuses, golfa. Mira, yo me estoy acabando el bocadillo, pero te doy toda la mortadela, un poco de pan que queda y una parte del chocolate. ¿Vale?
-Bueeeno, me lo como delante tuya.
-Jo, qué velocidad. ¿Tienes sed? Puedo cortar el culo de esta botella de plástico como si fuera un plato y te lo lleno de agua en esa fuente.
-No, no hace falta. Vivo en esas chabolas de allí, y tengo agua. Pero te voy a mover un poco la cola, que servidora es muy agradecida aunque tenga dueño.
-Ya me parecía a mí que tampoco estabas muy flaca. En fin, me alegra saber que no estás abandonada; antes de aprender a hablar con los perros me llevaba muchos disgustos. No es tan fácil saber si uno está enfermo, o perdido, si no entiendes lo que te quieren decir.
Etiquetas: Trasuntos
Me ha encantado!! Muy buena historia. Te sigo leyendo agazapada por aquí, saludos!